La industria suele tener razones que la creación no entiende. También a la hora de honrar a sus artífices. “En reconocimiento a sus más de 30 años de trayectoria y por su capacidad de vincular su trabajo en moda con otras manifestaciones de las artes”, proclama el comunicado institucional que, a media mañana de este viernes, sorprendía con el anuncio del Premio Nacional de Diseño de Moda 2017 para Agatha Ruiz de la Prada. Un galardón, concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y dotado con 30.000 euros, que, en esta ocasión, vuelve a ponderar el triunfo comercial y la visión empresarial de la moda por encima de cualquier otra consideración, tras los anteriores tributos a Josep Font (2014), Sybilla (2015) y David Delfín (2016).
“La singularidad y el riesgo de sus propuestas, combinación de colores vivos incluida, ha conseguido el reconocimiento nacional e internacional”, continúa la nota de prensa en alusión a los motivos esgrimidos por el jurado del premio —presidido por Luis Lafuente, director general de Bellas Artes y Patrimonio Cultural, y con Begoña Torres, subdirectora general de Promoción de las Bellas Artes, como vicepresidenta—, que reconoce bien la obra de un diseñador hecha pública o realizada el año anterior, bien toda su trayectoria profesional hasta la fecha. Aquí se aplauden “su capacidad de trabajo y su ilusión para liderar equipos”, pero también “su sensibilidad para conectar las propuestas de moda en productos cotidianos muy reconocibles”. En efecto: desde 1986, la creadora madrileña (Premio Nacional de Marketing del ICEX en 2013) despacha la mayoría de sus artículos a través de más de un centenar de licencias que van de los productos para el hogar a los accesorios para mascotas, pasando por la papelería, el mobiliario y hasta los revestimientos cerámicos.
“Siempre he tenido claro que quería que mis diseños llegasen e hicieran feliz a cuanta más gente posible, que estuvieran en todas las cosas”, concedía De la Prada en una entrevista a la agencia Efe a finales de 2016, cuando volvió a retomar su colección de textil-hogar, de la mano del grupo Texnorte y la compañía china con sede en Hong Kong Li & Fung. “Llegamos a vender millones de juegos de sábanas y toallas, pero luego llegó la crisis y se acabó”, reconocía. Presente en más 150 países, hoy su enseña cuenta con tiendas propias en Madrid, París, Oporto, Lima y Bogotá (tras cerrar la de Nueva York, a principios de este año, debido a la nueva legislación fiscal española que, dijo, le limita sus “posibilidades en el extranjero”).
Asociada a la agitación cultural de los años de la Transición —vía Movida madrileña—, De la Prada (Madrid, 1960) siempre se ha mostrado como un agente provocador/dinamizador desde que comenzara a desfilar en la otrora Pasarela Cibeles (hoy Mercedes-Benz Fashion Week Madrid), en 1985. Formada en la Escuela de Artes y Técnica de la Moda de Barcelona, enseguida pasó a formar parte del estudio del legendario modista Pepe Rubio, aunque la diseñadora prefiere considerarse una autodidacta. “En cierto sentido, fui una adelantada a mi tiempo”, concedía en la misma entrevista la que fuera Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes en 2009. Su discurso de inspiración y calado artístico —del dadaísmo al surrealismo— y su muy singular uso del color la han situado desde entonces como un referente de la moda española que lo mismo abanderan producciones teatrales (la versión del Cascanueces estrenada por el Ballet de Cámara de Madrid el pasado año) que estrellas del pop internacionales del alcance de Miley Cyrus y Katie Perry.
Trabajadora infatigable, la diseñadora recibía la noticia del Premio Nacional de Diseño de Moda en Bruselas, donde se encuentra para participar en los DS Brussels Fashion Days, las jornadas anuales que la capital belga dedica a la industria de la moda y que esta edición tiene como país invitado a España. Este sábado, participará en un desfile conjunto junto a otros colegas de ACME (la Asociación de Creadores de Moda de España, bajo cuyo paraguas se institucionaliza el sector en nuestro país), como Ion Fiz, Miguel Marinero y Leyre Valiente, en la Galerie Ravenstein. Como remate, hasta el emblemático Manneken-Pis, símbolo de la ciudad, vestirá un diseño de la propia De la Prada que, ahora mismo, quiere centrarse en su fundación homónima, creada en 2011 para preservar su obra. Un archivo formado por más de 3.000 vestidos, 700 dibujos y un sinfín de objetos aghatizados que ya forman parte de We Wear Culture (vestimos Cultura), la iniciativa de Google Arts & Culture para digitalizar el patrimonio indumentario global.