“Esto parece una iglesia”. Un comentario escuchado al azar minutos antes del comienzo del desfile de David Delfín ilustraba de forma muy gráfica la atmósfera de luces rojas, penumbra, olor a incienso y velas que invadía la pasarela instalada en la sala Bertha Benz de la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid. Desde luego, pocas cosas más apropiadas para un domingo por la mañana. La desconcertante música ambiental –Mecano, Rocío Dúrcal– sólo adquiría sentido al leer la tarjeta explicativa y conocer el nombre de la colección: Inferno. Aquello era, pues, una recreación del infierno para el diseñador malagueño, cuya colección no tardó en comenzar con otra banda sonora recorrida por acordes épicos y fúnebres de la formación de metal Pentacrostic. Y el primer modelo, con la cara cubierta por una máscara de látex, subrayaba lo evidente: que aquello iba más de misas negras que de misa de doce.
Hay muchos rasgos que destacar en la que es, de entrada, su colección más coherente en años. Probablemente se deba a su concisión: David Delfín apenas incluyó propuestas femeninas en un desfile breve y de pocas salidas, dominado casi exclusivamente por el color negro. Su propuesta más radical es la introducción de la falda masculina, una utopía cíclica planteada por primera vez por Jean Paul Gaultier en 1984 y que regresa a las colecciones de hombre cada cierto tiempo. De hecho, no resulta difícil remitirse a Gaultier a propósito de desarrollos plasmados por el francés en las décadas pasadas, y que ahora Delfín retoma, unifica y lleva más lejos. Por ejemplo, piezas tableadas superpuestas a pantalones tanto por la parte anterior como por la posterior, como delantal o como faldón. También hay ecos del diseño experimental de los noventa (principalmente Yamamoto y Ann Demeulemeester) o incluso del New Beat belga de los ochenta, una subcultura asociada a la música electrónica que combinaba las prendas holgadas en color negro con enormes botas como las que incluyó David Delfín en su desfile. También subculturales resultan los guiños deportivos, especialmente en chaquetas amplias, cremalleras y pantalones tableados que se convierten en falda gracias a una pernera muy amplia o superpuestos a leggings también negros.
Cuando la moda masculina abraza los códigos de la femenina, ha de hacerlo con un lenguaje viril, incluso brutal. Las faldas y las pieles de lo más inequívocamente masculino de las últimas temporadas
Sin embargo, a pesar del aluvión de referencias –poco frecuentadas en general por los diseñadores de la MBFWM–, no cabía duda de que la colección reflejaba el legado propio de un diseñador, David Delfín, que suele obtener sus mejores resultados cuando acude a la introspección y los elementos autobiográficos. La banda sonora de Drácula de Bram Stoker marcó el clímax del desfile antes de que el carrusel, con una canción de Fangoria, rompiera levemente el hechizo y devolviera el desfile a su dimensión más mundana.
En un desfile predominantemente femenino, Fiz insertó salidas masculinas marcadas por su línea característica: ceñida, esquemática y férreamente estructurada
También fue un hombre con falda –también tableada, aunque en paño gris– la primera salida masculina del desfile que presentó el guipuzcoano Ion Fiz, que completó el look con un abrigo con aplicaciones en piel. Su propuesta, a primera vista radical, se fue suavizando a medida que ganaba terreno la inspiración de la colección, que en esta ocasión evocaba las lujosas estaciones invernales de la jet set europea. En un desfile predominantemente femenino, Fiz insertó salidas masculinas marcadas por su línea característica: ceñida, esquemática y férreamente estructurada. En torno a ella, prendas basadas en colores claros –blanco roto y nude– y algunos toques de kitsch alpino: geometrías a modo de patchwork minimalista, prendas de punto, detalles en color verde pino y también algunas incursiones en el lujo, con abrigos de piel.
Precisamente la peletería eran hasta hace poco la seña de identidad más reconocible de Roberto Etxeberria, que coincide en fecha y lugar de nacimiento (Eibar, 1976) con Ion Fiz. Sin embargo, la colección que Etxeberria presentó en la MBFWM el sábado por la tarde cedía protagonismo a un tipo de sastrería más domesticada. Esto no quiere decir que no fuese innovadora: sus trajes de cortes acentuados y costuras marcadas reflejaban un cuidado por el patronaje materializado en pantalones de inspiración hípica, ceñidos de rodilla para abajo y muy holgados en torno a los muslos. Sus chaquetas y pantalones alternaban distintos tipos de tejido en franjas horizontales, siempre dentro de la gama de la lana y siempre respetando un sobrio cromatismo basado en los grises. La piel quedó reservada a detalles, ribetes y texturas contrastadas. También los detalles deportivos –cremalleras, capuchas– fueron adquiriendo presencia a medida que el desfile avanzaba y las marchas funerarias de Henry Purcell dieron paso a una cuidada selección de rock y oscuros beats electrónicos. La música elegida para concluir el desfile, una versión coral de una canción tradicional vasca, subrayaba el carácter ancestral que Etxebarria ha sabido inocular siempre a su marca, una exquisita síntesis de artesanía de lujo, deconstrucción punk y chic paleolítico.
También demuestra, una vez más, que cuando la moda masculina abraza los códigos de la moda femenina, ha de hacerlo con un lenguaje claramente masculino y viril, incluso brutal. Así se explica que las faldas y las pieles sean parte esencial de dos de las colecciones más inequívocamente masculinas que hemos visto en las últimas temporadas.