Sobre la pasarela se sucedieron una serie de blusas transparentes, abrigos masculinos y vestidos de tela bruñida con aplicaciones de plumas de marabú. Piezas que tenían un aspecto tan poderoso como delicado. Los petos con apariencia de delantal se anudaban al cuello con finas cintas de seda o brillantes collares, mientras la piel de avestruz plastificada se concretaba en minifaldas de corte recto y gabardinas. “El trabajo de materiales ha sido muy importante. Quiero que la ropa se pueda sentir, tocar, olor. Que exista una experiencia física”, explicaba el creador.
Sin rebuscados argumentos ni ambiciosos objetivos, confirmó el sábado las esperanzas puestas en él. En Henry hay cada vez menos de promesa y más de inminente realidad. Su capacidad para revitalizar una firma vetusta está más que probada. En 2010 tomó las riendas de Carven, una agonizante casa de alta costura fundada en 1945 y, en solo tres años, la transformó en una de las firmas de pret a porter más chic y deseadas del momento. “Cuando empecé con Carven tenía 30 años, ahora tengo 36 y Nina Ricci es una mujer, una verdadera mujer, ya no una chica”. Y Henry parece preparado para satisfacer sus necesidades.
El objetivo de Haider Ackerman, según sus propias palabras, era crear “looks fuertes” para “tiempos extraños”. Puede estar satisfecho. Sus prendas rezumaban energía y confianza, y su colección triunfaba allí donde tantas otras han fracasado en los últimos tiempos: En el empeño por adaptar las piezas clave del armario masculino al de la mujer contemporánea. Superadas Marlene Dietrich y Annie Hall, debe haber un camino que no pase por Ángela Merkel. Y Ackermann ha tomado uno tan alejado del consejo de dirección como próximo al punk y a los new romantics: Tops con chorreras, pantalones masculinos en telas satinadas, vestidos de corte años noventa en terciopelo, chalecos cortos. Nada nuevo, pero sí originalmente empleado.
Modelo de Elie Saab.
Elie Saab decidió recorrer ayer el vasto espacio que separa el chándal del atuendo de princesa en una misma colección. La presentación comenzó con una inofensiva serie de piezas florales a la que siguió un conjunto de falda de encaje y bomber, preludio de una chaqueta y un pantalón de algodón rematados con puños de goma: una nueva definición del lujo deportivo. Después llegaría el turno de los vestidos con aire gótico, las túnicas de brocado en blanco y solo, al final, una pequeña concesión a los tules bordados en pedrería, seña de identidad de la casa. Pero, sin duda, la aproximación a los nuevos tiempos más acertada que llevó ayer a cabo esta firma clásica y artesanal fue la que tiene que ver una técnica del siglo XXI: el uso del láser para troquelar la piel y reproducir la apariencia del encaje. Una nueva maestría que añadir a su exquisita destreza en el bordado.
La colección de David Koma para Mugler fue una declinación de los códigos marineros en todas sus posibles variantes. Desde los pantalones azul marino con botones dorados hasta los vestidos con cuello a caja y falda plisada. El diseñador decidió alegrar este catálogo naval con un pulcro juego de asimetrías que fue dando lugar a trajes de cóctel con cortes geométricos y a vestidos puzle con aplicaciones metálicas. Koma completó la propuesta comercial para la próxima temporada con su primera colección de bolsos. Todo tan realista y pegado a la calle que hacía añorar los años dorados de la marca, cuando la crítica más común consistía en que Thierry Mugler tenía la cabeza en las nubes.