Jeanne Lanvin fue la semidesconocida fundadora de la casa Lanvin, una mujer avanzada a su tiempo que empezó su carrera en la Francia de 1885 y logró abrir su primera boutique cuatro años más tarde, en los albores de la Belle Époque. “De todas las costureras de su época, Jeanne Lanvin fue la más misteriosa y la menos conocida”, explica Elbaz, el director actual de la firma, quien encontró la clave para entender al personaje en los vestidos que diseñó. “Descubrí a una mujer a imagen y semejanza de sus creaciones: de apariencia frágil, pero con una fuerte personalidad. A través de esta exposición, he querido compartir presentarla al mundo”.
Elbaz habla de la suntuosa muestra que ha orquestado en el Palais Galliera, museo municipal de la moda en París, donde a partir de este domingo se exponen un centenar de vestidos de elegancia atemporal, que resumen la trayectoria de una mujer cargada de misterios. La misma Jeanne Lanvin da la bienvenida a la exposición a través de una fotografía de 1937, donde aparece tapándose la cara con las manos. Tal vez fueron su atributo más conocido: Lanvin fue celebrada por su virtuosismo en el bordado, la sobrecostura y el uso de abundante pedrería, así como en la combinación de elementos procedentes de horizontes estéticos muy diversos. Pasó sin transición del clasicismo Dieciochesco a la modernidad art déco, y de los monacales atuendos medievales a la inspiración venida de las culturas asiáticas. En las piezas presentadas sobresale su predilección por un minimalismo en blanco y negro, pero también por su color fetiche, el azul, que declinó del lavanda al añil, inspirándose en los cuadros del Quattrocento italiano.
Hija de periodista y nieta de tipógrafo, de familia humilde pero cultivada, Jeanne Lanvin se casó dos veces –la primera, con el conde italiano Emilio di Pietro– y tuvo una vida más tradicional que Coco Chanel, a quien llevaba 16 años de ventaja. “Chanel fue una mujer del siglo XX, mientras que Lanvin todavía pertenecía al XIX. No tuvo el mismo gusto por lo mundano. Fue una patrona a la antigua, tan admirada como temida, de carácter discreto aunque no necesariamente austero”, aclara el director del Palais Galliera, Olivier Saillard. Este reputado historiador de la moda afirma que no existió rivalidad alguna entre ambas, pese a que sus concepciones de la moda fueran muy distintas. “Para vestir de Chanel más valía ser joven, mientras que Lanvin vestía a mujeres de todas las edades”, apunta.
El propio logo de la marca, que representa a la modista bailando junto a su adorada hija Marguerite, da fe de ello. De hecho, Lanvin confeccionó colecciones de alta costura para niños desde 1908, antes de crear también una línea sport, una colección para novias y otra masculina, además de perfumes y objetos de decoración. “No tenía el sentido del marketing de Chanel, ni la técnica de Madame Grès, ni los cortes de Vionnet, pero tal vez fue la más inteligente de todas. No se trataba solo de hacer vestidos, sino de responder a todas las necesidades de la mujer de su época. Fue la primera en entender la costura como un estilo de vida”, analiza Alber Elbaz, quien dice encontrar numerosos parecidos entre su trabajo al frente de Lanvin y la herencia de su predecesora. “Mi trabajo se centra en una reflexión sobre la vida de hoy, sobre la comodidad. Me interesa crear vestidos que a las mujeres les apetezca llevar, que sean ligeros y cómodos, y que permitan que quien los lleva pueda repetir postre”, sonríe.
Vestido Scintillante, de 1939
En el trabajo de Lanvin se detecta la misma preocupación por el confort, como si quisiera liberar a la mujer de la fortaleza del vestido decimonónico. “Nunca tuvo un discurso feminista, aunque su posición creativa la acercaba a eso sin saberlo”, matiza Saillard. “No suprimió el corsé como Poiret, ni tuvo las opiniones radicales de Chanel, pero quiso que quien llevara sus vestidos se sintiera a gusto. En ese sentido, se nota que están diseñados por una mujer: su ropa pesa muy poco”. En la sala principal, un espejo perpendicular da el reflejo de un vestido dispuesto en una vitrina. Parece cobrar vida “como si fuera una bella durmiente”, bromea Elbaz. Lo mismo sucede con la propia protagonista, cuya borrosa silueta será, a partir de ahora, un poco menos imprecisa.