De mayor, fantaseaba Helena Christensen (Copenhague, 1968), sería fotógrafa. Se dedicaría a capturar imágenes o, quizás, a la música. Pero ni lo uno ni lo otro: la moda se cruzó en su camino y a los 21 años ya ocupaba la portada de la edición británica de la revista Vogue. Poco después se mudaba a París para impulsar su carrera: en su primera semana en la capital francesa su éxótica belleza -Christensen es de padre danés y madre peruana- deslumbó a gigantes como Karl Lagerfeld o Peter Lindbergh.
De retratistas como Lindbergh, Mario Testino o Herb Ritts, recuerda hoy desde Nueva York donde vive con su hijo Mingus -llamado así en honor al músico Charles Mingus-, aprendió el oficio: “Trabajar con fotógrafos de ese talento fue clave para mi aprendizaje”.
Christensen, una de las grandes top models de los noventa y símbolo de un estilo eterno, no ha abandonado del todo la moda. Según sus cálculos, hoy dedica un 40 por ciento de su tiempo a la moda, otro 40 a la fotografía y, el restante, a proyectos de toda clase y condición. Por ejemplo, nos cuenta: “Ahora acabo de diseñar una colección de joyas”