De izquierda a derecha, los actores Benedict Cumberbatch, Ethan Hawke y Bradley Copper. / Getty Images/ Camera Press
Cada año, cuando llega la temporada de los premios, la bandeja de entrada del email de cualquiera que se encargue de la sección de Estilo se llena de detalles sobre la moda tan urgentes que la trepanación se puede convertir repentinamente en una opción deseable. Esta semana, por ejemplo, nos enteramos de que, para la 26ª gala anual de los premios del Festival de Cine de Palm Springs, el actor británico Eddie Redmayne llevaría una chaqueta Dylan elástica de terciopelo en un color azul medianoche con solapas de muesca y un “detalle de cuero”. Eso no es todo. También optó por ponerse, en una despejada noche en el desierto, camisa de etiqueta blanca, pajarita negra de satén, pantalones de vestir de lana negros y unos zapatos de charol negros. Los zapatos eran de cordones, para que lo sepan.
La gente del espectáculo y el sector de la moda forjaron una alianza trascendental y ligeramente profana hace una eternidad o, en cualquier caso, en la época de Reagan.
Escribiendo recientemente desde Florencia (Italia), la historiadora y conservadora de trajes Deborah Nadoolman Landis recordaba que asistió a una gala de premios a mediados de los ochenta en la que dos actrices nominadas, Sissy Spacek y Sally Field, aparecieron vestidas con rebecas, ropa de andar por casa y gafas. En los tiempos que corren, si una actriz de renombre intentase pasearse con un vestido sencillo aunque no salga de casa, su estilista personal dimitiría en el acto.
“Cada vez hay más galas de premios, más prensa, más exposición y escrutinio”, dice la estilista Ilaria Urbinati
Internet se ha encargado de que ahora se vea a los actores todo el tiempo, y con más motivo durante el esfuerzo final, en los meses que separan el Festival de Cine de Toronto en septiembre y los Oscar, celebrados el mes que viene. Los 66 actos diferentes a los que acudió Lupita Nyong’o el año pasado durante una campaña bien planificada para los Oscar son un ejemplo de las exigencias a las que se enfrentan los actores. El tener buen aspecto y estar a la moda todo el tiempo es ahora parte del trabajo. Lo que resulta fascinante, incluso para los observadores más experimentados, es ver cómo los actores, las criaturas más maleables, se transforman para el papel. Este año son los hombres los que atraen todas las miradas, como el grupo de los nominados a los Premios del Sindicato de Actores de Cine, que aparecen de repente en todas partes con un aspecto siempre fastuoso. Fíjense si no en Steve Carell, que hacía de estúpido en The Office y ahora es un apuesto galán de cine con sus trajes de Gucci o Prada; o en Benedict Cumberbatch, tan magistralmente gráfico como una ilustración de Leyendecker de la década de 1920 con frac y pajarita blanca; o en Michael Keaton, impecable y delgado como un modelo a sus 63 años, con trajes de lana italianos con sisas altas y elegantes pantalones estrechos; o en Jake Gyllenhaal con un traje Burberry hecho a medida; o en Ethan Hawke, que a sus 44 años parece un chico de cartel publicitario de Calvin Klein.
El hecho de que cada uno de ellos parezca que acaba de desfilar por una pasarela milanesa no es casual. Del mismo modo que las estrellas femeninas dan la impresión de salir de la línea de ensamblaje con una talla 34 perfecta, da la sensación de que sus homólogos masculinos ya han captado de alguna manera que la estrella cinematográfica masculina de hoy está moldeada para una talla de traje, la 38 que llevan los modelos profesionales. “Está relacionado con la locura cada vez mayor de la cobertura en Internet y las revistas de cotilleos”, explica Ilaria Urbinati, una estilista de famosos y una mujer que probablemente haya pasado más tiempo vistiendo a Bradley Cooper que la madre del actor. “Cada vez hay más galas de premios, más prensa que nunca, más exposición y más escrutinio”, señala Urbinati desde Sun Valley, Idaho, donde está descansando para prepararse para la inminente ofensiva. Para los clientes importantes de Urbinati, como Cooper, Ryan Reynolds, Chris Evans o David Oyelowo, el trabajo del estilismo va mucho más allá de la alfombra roja.
“Elijo muchas de las prendas de sus armarios”, asegura, una estrategia diseñada para adaptarse a la realidad de que hasta las fotografías de los paparazis suelen estar muy preparadas. “Si ves una foto de ellos paseando a su perro, es muy posible que yo haya elegido la gorra y los pantalones”. Para Long Nguyen, el director creativo de la revista Flaunt, la fluida relación simbiótica que existe ahora entre los actores y los mejores diseñadores es muy distinta de la que existía en la década de 1990, cuando muchos intérpretes no mostraban interés por la moda; consideraban que ponía en entredicho su hombría y su pacto con la Musa. “Era tremendamente difícil conseguir que los actores posasen para los fotógrafos de moda”, recuerda Nguyen. “No porque no les quedase bien la ropa, sino porque eran, bueno, actores”. Ahora, añade, cuesta mantenerlos alejados de los percheros, en parte porque, como las estrellas femeninas aprendieron hace mucho tiempo, los lucrativos trabajos en el mundo de la moda les permiten interpretar papeles en películas independientes arriesgadas (ver: McConaughey, Matthew), pero también porque algunas de las estrellas masculinas más taquilleras empezaron sus carreras como modelos profesionales.
“Sospecho que Channing Tatum tiene algo que ver en todo esto”, escribe Jim Nelson, el editor-jefe de la publicación GQ, en un correo electrónico desde Hawái. Al igual que Redmayne, Tatum tuvo una próspera carrera de modelo antes de ser actor. “Es una nueva clase de baile, un ejercicio de malabarismo profesional para los actores jóvenes”, dice Nelson. “Hoy día, el look de modelo y los contactos en la moda te ayudan, pero también tienes que estar dispuesto a dejar un poco a un lado tu vanidad, si realmente quieres hacerte un hueco”.
Es posible que ese ejercicio de malabarismo no sea totalmente nuevo, insinúa Lynn Hirschberg, editora independiente de la revista W. “Los hombres en general, y los actores en particular, mantienen una relación muy de amor-odio con la moda, la belleza y la atención”, explica Hirschberg, que lleva décadas contándonos íntimamente las manías de los famosos de Hollywood en publicaciones como Vanity Fair. “No quieren ser presumidos o afeminados, o como las chicas, o que parezca que les interesa cualquier cosa menos su profesión”. Pero, puntualiza, aunque “incluso alguien como Bradley [Cooper] pretenda que es de lo último de lo que quiere hablar, existen pruebas de lo contrario por toda la Red”. A los británicos “se les da mucho mejor jugar a este juego”, remacha. No cabe la menor duda de que Redmayne y sus compatriotas han demostrado ser unos embajadores capaces e incluso entusiastas de casas europeas como Prada, Gucci, Neil Barrett y Burberry.
“Si lo piensas, hace 15 años no había ni un solo actor que tuviese un estilista, pero hoy nadie mueve un dedo sin uno”, afirma Italo Zucchelli, el director creativo de ropa masculina de Calvin Klein. “Todo forma parte de una tendencia relacionada con lo que les ha sucedido a los hombres en general a lo largo de los 10 últimos años”. Es decir, se han convertido en las nuevas mujeres. “Ahora los chicos son muy conscientes de la ropa, están muy puestos en el tema y de hecho les gusta”, asegura Zucchelli. “A los actores se les da especialmente bien transmitir ese placer, el elemento atractivo de la moda. No sé si les gusta o no realmente”, señala. “Es posible que finjan un poco”. Y, en resumidas cuentas, ¿no es por eso por lo que se les paga a los actores?
© 2014 New York Times News Service
Traducción News Clips / Paloma Cebrián
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