La diseñadora Angela Missoni. / Venturelli (WireImage)
Hace algunos años, a raíz de la publicación de sus memorias, Ottavio Missoni (1921-2013), Tai como le llamaban los más cercanos, decía en una entrevista a EL PAÍS que había aprendido a llevar con gallardía una cierta “pereza elegante”. Pero al parecer en las mujeres de la familia esto no se ha cumplido nunca, desde la menuda pero enérgica Rosita Missoni (Golasecca, 1931), hasta su hija y actual directora de la marca, Angela, que siempre reconoce en su madre al pilar más sólido de la gran familia. Angela Missoni ha debido hacerse cargo de la dirección general de la firma familiar. Ya no se trata solamente de diseñar colecciones en un orgánico relevo de sus progenitores, sino de manejar un pequeño y distintivo imperio textil. La firma cumple ya 62 años y mantiene en activo a tres generaciones de su estrecha parentela. Abuela, hijos y nietos se reparten roles que van del dibujo a los números, de la representación a las estrategias. La nieta más entregada al diseño es Margherita Maccapani Missoni.
La tragedia se cebó con la familia el 4 de enero de 2013 cuando el hijo mayor de Ottavio y Rosita, Vittorio, acompañado de su mujer y dos amigos desapareció en un vuelo privado desde las islas San Roque a Caracas; tras una denodada búsqueda, los restos del aparato no fueron encontrados hasta el 27 de junio de ese mismo año. Tai había muerto en mayo sin saber el destino de su primogénito. Tras el luto, las responsabilidades de la compañía recayeron desde entonces de lleno en Angela, que pasaba de diseñar las renovadas colecciones a directora de la diversificada empresa en expansión; en recientes declaraciones, Angela no descarta, superado este período de crisis global, la expansión a nuevos mercados, como el chino. Parte de Asia ya la tienen conquistada: en Japón además de clientela fiel, tienen hasta coleccionistas de sus prendas vintage.
Angela Missoni junto a Rosita Missoni y Margherita Maccapani Missoni. / Getty Images
Rosita Missoni, la matriarca fundacional, sigue siempre presente entre éxitos y avatares, se mantiene creativa ocupada de una de sus pasiones, Missoni HOME, con esa insistencia en el color y las formas geométricas, en los márgenes de un estilo muy suyo y esa vertiente incluyó los hoteles Missoni, entre otros, en Edimburgo y Kuwait. A Angela la esperaban tareas más complejas y para ello se apoyó en su hermano Luca, quizá el de más inquietudes propiamente artísticas e intelectuales, que fue cabeza de la desaparecida marca Missoni Sport y que ahora se erige en responsable técnico y codirector de la sociedad matriz. Luca, además, se ocupa de velar por la fundación familiar.
La cronista de moda Anna Piaggi, pluma visionaria y fiel seguidora de Missoni (escribió hasta morir las notas que acompañaban a cada desfile), señaló una vez que más allá de esa “marca a fuego” del zigzag como motivo omnipresente lo que había hecho sobrevivir la identidad de la firma era la voluntad del clan, su manera peculiar de funcionar unidos; Angela usa frecuentemente la metáfora del ovillo de lana. La historia que empezó en 1953 tuvo su primer desfile en 1966, después en 1996 los mayores pasaron el testigo. Los cambios generacionales no conocen pausa: la hija de Angela, Margherita, tras su vida neoyorquina y sus experiencias como modelo, ha vuelto al redil y se ha responsabilizado de M de Missoni, la línea más accesible y única hoy por hoy con presencia en el mercado español que en septiembre pasado abrió en Madrid.
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La propia Angela reconoce que su memoria juega un papel importante en la presencia del estilo, retiene en una especie de conciencia estética la historia plástica, sus desarrollos geométricos y la constante influencia de los nuevos materiales e hilaturas, un todo que elípticamente vuelve en las colecciones y propuestas actuales, por fuerzas diferentes, con otro aire más contemporáneo. Y ahí está la parte más sutil y decisiva de su mando: mantener en lo nuevo un idioma que es dibujo y color, formas y secuencias como una grafía individual.
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Hay en Sumirago, donde viven los Missoni y están las fábricas principales, un riguroso archivo, los dibujos sobre papel de cuadrícula de las ya famosas tramas de tejido de punto: esa es la génesis y a la vez, los elementos que se modifican al gusto futuro, para mantenerse en la cima caprichosa de la alta moda, llena de efímeros vaivenes a los que muchas veces el sello Missoni da la sensación de mantenerse al margen, quizás un remedo de aquella “elegante pereza” de la que hablaba el patriarca al que le gustaba contemplar los lagos y las colinas lombardas, una dependencia del paisaje que ha pasado a la familia como un gen. Pero hay también un principio transmitido por Ottavio y Rosita que se mantiene: mano y detalle; Angela sabe que es la garantía de pervivencia, y también la razón de que Missoni no pueda crecer desbocadamente como los demás nombres a su nivel de competencia. Muchas veces se han visto asediados por el espectro de desaparecer absorbidos por un gran grupo, pero la familia ha resistido desde hace décadas ese envite funcionando como un cerrado pero dinámico clan. Ese rigor tiene una premisa: todo, absolutamente todo se manufactura en Italia, y Angela está decidida a mantener esa característica, algo que en la industria global suena a reto.