Fotografía de Robert Fairer, para el número de ‘Vogue’ de julio de 2006.
La relación entre arte y moda se ha convertido en algo habitual desde los tiempos de Diana Vreeland como musa de una generación de escritores y creadores de todo tipo y pelaje, y por tanto –aunque a veces se cuestione- difícilmente podría considerarse una novedad. El libro Vogue and the Metropolitan museum of art pone la afirmación bajo el escrutinio de luz y taquígrafos examinando el fructífero idilio entre la legendaria revista de moda y el museo neoyorquino. El volumen, de casi 300 páginas, recoge fotos de fiestas, modelos, editoriales de moda y exposiciones a lo largo de los últimos 13 años, arrancando con la espectacular Jaqueline Kennedy: The White house years en 2001, que contó con el comisariado de Hamish Bowles, editor de Vogue desde 1992 cuyas aportaciones a la colección del Museo han convertido a éste en una de las instituciones punteras del sector de la moda. Desde ese año, el museo y la revista organizan conjuntamente una gala anual que se ha convertido en un imán para el potentísimo universo fashion de la Gran manzana.
Annie Leibovitz, Mario Testino y Steven Meisel, entre muchos otros fotógrafos de primerísimo nivel, destacan en las páginas de este volumen, que cuenta con un precioso ensayo del citado Bowles y aportaciones de la célebre (y temida) Anna Wintour, la mandamás de Vogue y la más influyente figura de un sector que (casi) no conoce la crisis.
“F.Scott Fitzgerald describió de forma romántica las fiestas de Jay Gatsby, ‘donde hombres y mujeres iban y venían como polillas entre susurros, champán y estrellas’. Las mismas palabras podrían describir el remolino de la gala benéfica anual del Instituto del Traje en el museo MET, aunque en ese contexto las estrellas serían las personas más que las luces que destellan en el cielo nocturno” dice Thomas P. Campbell, director del museo, en el prólogo del libro.
La fiesta de Vogue es la más codiciada de la ciudad (y conseguir invitaciones es algo reservado a unos cuantos privilegiados) y atrae cada año a personajes como Hillary Clinton, George Clooney o Angelina Jolie, además de a los habituales del sector: Tom Ford, Marc Jacobs o Karl Lagerfeld, entre otros. Muchos de ellos aparecen en las páginas de Vogue and the MET como recordatorio de la importancia del evento, aunque su presencia acabe resultando anecdótica por culpa del potentísimo aparato visual del libro, que incluye una suerte de ‘Cómo se hizo’ con algunos de los preparativos que se efectúan en las salas del museo antes de que se celebre el evento.
Además, la gala sirve para financiar al citado Instituto del Traje (The Costume institute), una institución auspiciada por Wintour y cuya finalidad es promover actividades relacionadas con el mundo de la moda al más alto nivel. El libro, de la editorial Harry N. Abrams, sirve también de recordatorio del cambio que Harold Koda y Andrew Bolton, comisarios del Instituto, han impulsado a través del MET cambiando la percepción del gran público de esta disciplina comúnmente ligada al universo del lujo: de ser algo visto como patrimonio de unos pocos, Koda y Bolton han insistido en la idea de la provocación y la creación de una narrativa propia.
Las galas del MET han servido también para apuntalar la influencia de Vogue como publicación puntera en un mercado tan cambiante como el estadounidense y en un panorama tan acelerado como el de la moda, en el que cada mes surge un nuevo contendiente dispuesto a comerse el mundo. En eso, como en tantas otras cosas, Anna Wintour sigue siendo intocable, ya sea en su escritorio o en uno de los museos más importantes del mundo.