2014, año en que se ha cumplido el centenario del inicio de la I Guerra Mundial, ha sido también el del despliegue del reloj de pulsera, algo que, como la gran contienda, aunque a otra escala –pero no menos definitivamente–, ha cambiado nuestro mundo. Nuestros relojes masculinos son en buena parte herederos de los modelos bélicos: sobrios, sólidos, resistentes, fáciles de consultar, a menudo con el fondo oscuro, manecillas claras y números fosforescentes.
El regreso de algunos héroes de la guerra cambió la percepción general sobre la feminidad del objeto
En realidad, los estudiosos del tema puntualizan que ya hubo soldados que emplearon relojes de pulsera antes de la guerra de 1914: en la guerra anglo-bóer (1899-1902), en la campaña de Sudán (Mappin & Webb se preciaba de que sus relojes habían estado en Omdurmán) y en algunas unidades de la Marina Imperial alemana en 1880, en la que a un oficial se le habría ocurrido atarse un reloj de bolsillo a la muñeca (a partir de la idea, la prestigiosa firma suiza Girard-Perregaux empezó a suministrar a los militares germanos relojes en brazaletes, ya que la pulsera extensible no llegó hasta 1906). De hecho, el reloj de pulsera se había inventado mucho antes, pero se calificaba como un objeto femenino. Se considera que el primero lo realizó la empresa Patek Philippe para la condesa Koscowicz de Hungría en 1868.
La creación del primer reloj de pulsera para hombre se la disputa a la Marina Imperial alemana, entre otros, el francés Louis Cartier, que elaboró uno en 1904 para su amigo el pionero brasileño de la aviación Alberto Santos-Dumond a requerimiento de este, que quería algo que le facilitara la consulta de la hora en vuelo. El modelo, bautizado Santos, se comercializó en 1911. A Cartier se le debe el que está considerado el gran reloj producto de la I Guerra Mundial, el famoso modelo Tank, inspirado en los carros de combate Renault que el relojero vio en el frente occidental (el diseño rectangular sería el de un tanque visto desde arriba). Pero llegó tarde a la guerra: el primer prototipo le fue regalado al general Pershing, comandante de las fuerzas de EE UU, en 1917 y no se comercializó hasta 1919.
En realidad, los enfangados soldados de las trincheras, de Verdún o El Marne, no llevaban en general relojes de pulsera (no digamos cartiers), un adelanto y un lujo aún fuera del alcance de los pobres poilus y la gente común de la época. Otra cosa eran los oficiales, para quienes el reloj de pulsera podía ser tan importante a efectos prácticos como el revólver y los prismáticos. En la película canónica de la contienda, Senderos de gloria, de Kubrick, el coronel Dax (Kirk Douglas) mira su reloj de pulsera antes del ataque de la escena principal: todo un icono del ascenso del nuevo objeto.
Omega, también candidata al podio de la anticipación, publicitaba un modelo con el dibujo de un oficial británico de Artillería mirando la hora en su muñeca (para empezar a disparar, sin duda). El anuncio consideraba el objeto “un adminículo indispensable del equipamiento militar”. La firma Thresher & Glenny, en 1916, lo tenía por el regalo ideal para quien recibía un mando. Un catálogo de 1901 recogía el testimonio de un tal capitán North, combatiente contra los bóer, que destacaba de su accesorio Goldsmith: “Lo he llevado continuamente en Sudáfrica durante tres meses y medio: me daba excelentemente la hora y nunca me falló”. ¡Los que fallaron fueron los francotiradores de Christian de Weet!
Rolex (entonces aún Wisdorf & Davis) también estaba en la carrera por hacerse con las muñecas de los hombres y creó varios modelos con bandas de cuero. Hay que recordar que hasta 1923 no se inventaría (por esa firma) un reloj de pulsera resistente al agua. En la I Guerra Mundial se usaron también relojes de trinchera, híbridos entre los de bolsillo y los de muñeca.
Muy parecido a los Hamilton, el A-11 (producto estándar de varias empresas como Elgin, Bulova y Waltham) de la II Guerra Mundial, la Guerra Fría y la de Corea significó un modelo de referencia que sigue influyendo en los relojes militares, con los números enteros, una segunda escala de minutos y segundos, y protegido contra el polvo.
El regreso de algunos héroes de la I Guerra Mundial con el tiempo en la muñeca cambió la percepción general sobre la feminidad del objeto y contribuyó a popularizarlos masivamente entre la población masculina. En 1930 ya se vendían más de pulsera que de bolsillo. De alguna manera, con esta pieza quizá no todos seamos valientes, pero todos tenemos algo de soldados.