Madonna, fotografiada por Maripol, en 1984.
Solo hay que pasarse por Instagram, echar un vistazo a la portada del último disco de Taylor Swift o a las campañas de la marca Band of Outsiders para detectar trazos clarísimos de la influencia de Maripol, la fotógrafa, diseñadora, estilista y productora francesa que documentó (y en muchos casos moldeó) la escena New Wave en la Nueva York de los últimos setenta y los primeros ochenta, la que se movía entre el Max Kansas City, una Factory que ya no era lo que había sido y un puñado de lofts mugrientos dónde se podía conocer a la gente adecuada.
Maripol protagoniza ahora una retrospectiva en Escocia, en el Dundee Arts Centre, que recoge parte de su trabajo como diseñadora –fue directora creativa de la influyente Fiorucci– y sus fotos, en las que está el quién es quién de la era: Madonna, Debbie Harry, Keith Haring, Grace Jones…Todas tienen un aire de inmediatez y un estilo como inacabado. “Eso es porque soy miope”, medio bromea ella en una conversación por Skype en la que se revela como alguien nada inclinado a la nostalgia.
Autorretrao de Maripol, de 1978.
Maripol celebra también la remasterización de Dowtown 81, híbrido de documental y ficción experimental que ella produjo y dirigió su entonces pareja, el fotógrafo italiano Edo Bertoglio, en el que se dedicaron a reflejar un día en la vida de Jean Michel Basquiat, que entonces tenía 19 años y aparece retratado como un vulnerable y carismático ángel de la bohemia, deambulando por las entonces peligrosas calles del Soho y el Lower East Side con un cuadro que debe vender para evitar que le desahucien. “Él fue muy listo. Pensábamos rodarlo con otro artista que no mencionaré, pero surgieron problemas y Jean Michel se ofreció; vio que podía irle bien”, rememora Maripol. El filme, sin duda, ayudó a convertir al grafitero en el niño mimado del mundo del arte. Su relación con Basquiat era “como la de una hermana mayor”, dice. “Él estaba asustado. No era fácil ser un chico negro en la ciudad en aquellos años de brutalidad policial”.
Antes de que los estilistas de las estrellas se convirtieran en poderosas figuras de la industria del entretenimiento y famosos por derecho propio, la fotógrafa hacía algo similar con gente como Grace Jones –“no había que esforzarse mucho con ella; ya era una artista en sí misma”-; Cher, a la que dio un giro de imagen que relanzó su carrera en 1984, o Debbie Harry. Suyo fue el concepto para la icónica portada del Parallel Lines de Blondie, una especie de código de barras en el que destaca una Harry vestida como una Marilyn ochentera. Pero para siempre el nombre de Maripol estará ligado al de Madonna. Ella fue la responsable de la explosiva imagen con la que Louise Ciccone se instaló en la cultura popular, mitad niña, mitad fulana –“nada de fulana”, corrige ella– y adornada con tutús, lazos, pulseras de plástico y crucifijos.
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Todo empezó en el Roxy, cuando la estilista, que buscaba “chicas monas” para bailar en el pódium a petición del promotor del club, el rapero Fab Five Freddy, se topó con la jovencísima Madonna y le sugirió que se quitase la camiseta y bailase en sujetador. Nacía así el look que más ha marcado a la artista y, de rebote, a varias generaciones de sus fans e imitadoras. Maripol lo explica así: “Soy francesa ¡Yo era la menos puritana de todos y me iba quitando la ropa!”.
Días después de aquel encuentro, Ciccone, acudió a su casa a pedirle ayuda con su imagen. “Claro que se la veía hambrienta de éxito en aquella época pero eso no es una cosa mala. ¿Cómo no iba a ser así? También era una pobre chica de Detroit que perdió a su madre con cinco años”, dice. Pronto, la diseñadora empezó a ver replicantes de su creación en todas partes, niñas y jóvenes vestidas con cruces, corsés y vestidos de novia de segunda mano, como el que ella le puso a Madonna en su polémica actuación en los MTV Video Music Awards. “Me lo tomaba como un homenaje. Incluso hice de jurado en un concurso que organizó Macy’s de imitadoras de Madonna”, rememora. Su éxito supuso también el hundimiento de su propia marca de moda, que no podía competir con las imitaciones que surgían por todas partes.
Madonna, durante su actuación en los MTV Video Music Awards de 1984, vestida de novia. / CORDON PRESS
¿Haría ahora por Beyoncé o Rihanna lo que hizo entonces por Madonna? “Ellas no me necesitan. Ahora tienes a Chanel y todas las grandes casas de moda peleándose por vestir a las cantantes; entonces no era así. Aquello era para las señoras de Park Avenue y nosotros teníamos que buscarnos la vida”, contesta. Por otro lado, el mainstream le aburre: “Yo todavía soy underground”.