La anticipación de un desfile es una de las cualidades de la moda más difíciles de embotellar. Si Dior hubiera podido encapsular la excitación que se respiraba el 2 de julio entre los que asistían al estreno de Raf Simons como director artístico de sus colecciones femeninas, hubiera obtenido un elixir poderoso. El belga, de 44 años, fue contratado en abril cerrando un año largo de histéricas especulaciones sobre quién reemplazaría a John Galliano, que fue despedido en marzo de 2011. Raf Simons había sido, a su vez, despachado de Jil Sander en febrero de este año. La elección del sexto creador de la casa Dior era una decisión relevante por sí misma, pero en el enrarecido e impaciente contexto de la moda contemporánea ha alcanzado un interés inusitado.

La primera prueba a la que Simons se enfrentaba era doblemente complicada: debutaba en Dior y lo hacía con una colección de alta costura, disciplina a la que nunca se había enfrentado. Aun así, obtuvo elogios entusiastas en medios como The New York Times o Women’s Wear Daily. El periplo creativo del belga es singular, ya que empezó diseñando solo para hombre en Amberes, en 1995. En términos de moda,un planeta muy distinto al de la principal casa de la era dorada de alta costura. Pocos hubieran apostado en los noventa que Simons recalaría en Dior. Un contraste que sigue presente dos días después del desfile cuando Simons, vestido con bermudas, se sienta en un elegante sofá gris bajo un retrato de Christian Dior.

Tiene fama de discreto y hasta ahora ha sido poco amigo de las entrevistas. Pero cuando empieza a hablar se revela un orador generoso. Solo duda de qué puede o no decir cuando sale a relucir el legado de John Galliano —“al que admiro profundamente”—, zanja. Es posible que la herida de la debacle de su malogrado antecesor esté todavía abierta.