Rihanna, en la entrega de los British Fashion Awards. / Cordon Press
La relación entre las celebridades y la industria de la moda es un ámbito lleno de claroscuros, acuerdos y desacuerdos. Si hace algunas semanas la cantante Rihanna anunciaba su incorporación definitiva al mundo del diseño a través de su nombramiento como directora creativa de Puma, ayer el despacho de abogados de la solista comunicó el fallo definitivo de la justicia británica a su favor en un litigio contra la cadena de tiendas Topshop.
Tres jueces del Tribunal de Apelación británico han corroborado así una sentencia previa, dictada en julio de 2013, que estimaba que Topshop había utilizado indebidamente una imagen de la cantante tomada en 2011 durante el rodaje de un videoclip para ilustrar una camiseta. Lo que podía inducir a pensar que se trataba de un producto oficial de la solista.
¿Puede este caso sentar precedente para otras demandas basadas en la utilización no autorizada de la propia imagen? Jeremy Blum, experto en propiedad intelectual del bufete londinense Bristows LLC, no lo ve probable. “La victoria de Rihanna no implica que cualquier persona célebre, o sus herederos, vaya a ser capaz de impedir que una marca de moda utilice su imagen”. Sin embargo, Cristina Mesa, abogada del bufete Garrigues y especializada en derechos de propiedad industrial e intelectual, define la sentencia como “un giro muy importante, especialmente en Reino Unido, porque podría ayudar a delimitar una nueva figura que acerque la legislación británica a la protección de la imagen que hay en el resto de Europa”. Lo llamativo es que la impulsora —probablemente involuntaria— de este cambio sea una de las celebridades más políticamente incorrectas de la escena internacional.
Para Jeremy Blum, la decisión del Tribunal “depende enteramente de los detalles específicos del caso, y del hecho de que en la legislación británica no exista el derecho a la propia imagen”.
La clave para entender la victoria de Rihanna reside en que la justicia británica ha estimado que se trata de un caso de passing off, “una figura jurídica específicamente británica a medio camino entre la competencia desleal y la suplantación de identidad”, tal y como explica Cristina Mesa. “El juez no ha fallado a favor de Rihanna por la vulneración de un derecho fundamental, sino por el dinero que la cantante habría ganado en el caso de haber autorizado el uso de su imagen en un producto oficial”, añade.
Jeremy Blum ahonda en las peculiaridades del caso: “Para que haya passing off es necesario que exista algún tipo de malentendido que induzca al público a pensar que la persona célebre en cuestión respalda el producto”. En este caso, el hecho de que Rihanna hubiese colaborado en acciones promocionales con Topshop en 2010 ha sido un factor decisivo en el fallo del tribunal. También que la estética de la camiseta sea muy similar a las empleadas durante la promoción del álbum Talk That Talk de la cantante.
No es la primera vez que la industria de la moda, especialmente la más asequible y masiva, se enfrenta a demandas por el uso de imágenes ajenas sin permiso. En febrero de 2011, la marca Stradivarius retiraba una colección de camisetas ilustradas con imágenes de blogueras tras las protestas de varias de las implicadas, que no habían autorizado su uso. Otros famosos blogueros, como el español Pelayo Díaz, la francesa Betty Autier o la mexicana Andy Torres han mantenido también enfrentamientos abiertos contra marcas como Zara o Bershka por este mismo motivo.
Sin embargo, el marco legal español es muy diferente, tal y como recuerda Cristina Mesa: “Estos casos suponen en España la infracción de un derecho fundamental, y siempre que han salido a la luz las marcas han retirado las prendas inmediatamente”. Una de las legislaciones más estrictas en el terreno de la protección del derecho a la propia imagen es la estadounidense, donde los derechos de imagen de celebridades vivas o ya fallecidas —como Marilyn Monroe o Elvis Presley— están valorados en millones de dólares.